“Creo en un arte que sana.”
Creo en las pinceladas que lloran y renacen. En los colores que no solo pintan, sienten. Creo en el poder de una mirada hacia dentro. En la niña que fui, en la mujer que cae y se levanta. En los símbolos como puentes al alma. En las mariposas que no vuelan en vano.
No pinto para gustar. Pinto para recordar. Para tocar esa parte tuya que olvidaste. Para decirle al mundo: “Aquí estoy. Entera. Rota. Viva.”
Me Licencié en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, mi camino artístico comenzó con la escultura y más tarde se expandió hacia la pintura, explorando distintas técnicas y estilos. Pasé por etapas surrealistas, figurativas y abstractas, pero más allá de la forma, siempre hubo un hilo invisible guiando cada obra: la espiritualidad, el simbolismo y el mundo femenino.
Mi arte no nace del pensamiento racional. Es una forma de canalización, de conexión con algo que no sé nombrar; algunos lo llaman musas, otros la luz, la energía o Dios. Cuando pinto, no siento que cree desde mí, sino que me convierto en pincel de lo divino. Entro en un estado meditativo, y lo que surge muchas veces me habla después, como si cada obra fuera un mensaje que mi alma necesitaba recordar.
Mi arte habla de transformación, de renacimiento, de lo sagrado femenino y de la conexión con el alma.
Durante un tiempo, me desconecté de mí misma al intentar agradar y pintar por encargo, perdiendo la magia y la esencia que me hacían vibrar. Más tarde, la maternidad y la necesidad de supervivencia —tras años de crisis personales muy fuertes— me alejaron del arte. Me convertí en protectora de mi familia, pero dejé de existir como mujer creadora. Me olvidé de mí. Viví mi noche oscura del alma, una caída profunda donde incluso los pinceles se me caían de las manos… Y desde ese lugar de ruina interior, renací de mis propias cenizas.
Volví a meditar, a mirarme con compasión, y los pinceles regresaron a mi vida como varitas mágicas, a mi rescate. Comenzó una catarsis creativa que aún continúa. Las mariposas llegaron como símbolo y como guía. Son mi oráculo personal, mi espejo. Me recuerdan que toda herida puede transformarse en luz, que todo final contiene un nuevo comienzo.
Hoy pinto desde el alma. No para decorar paredes, sino para encender corazones. Mis obras son autobiografías simbólicas, fragmentos de un viaje profundo hacia el ser, pero creo que reflejan el camino de tantas y tantas mujeres que, al igual que yo, un día se olvidaron de su propia esencia hasta no reconocerse, y al tocar fondo, no les quedó más remedio que reinventarse, empoderarse y volverse su mejor versión para poder renacer.
Cada cuadro que pinto no lo firmo como autora, sino como canal. Y en esta nueva etapa, cada obra viene acompañada de un poema canalizado que forma parte esencial del conjunto. Los escribo a mano en el reverso del lienzo, como un susurro íntimo que completa la experiencia visual con la palabra. Me he convertido en pintora y poetisa.
Porque sé con certeza que el arte puede sanar. El arte me ha sanado. Me ha devuelto a la vida.